Cuando tenía quince años, una piedra chocando con el cristal de mi ventana me despertó de un sueño profundo. Desconcertado y con miedo, me asomé con cuidado sin abrirla. Vi a mi hermana mayor en la calle haciéndome una señal para que no hiciera ruido. Entonces abrí la ventana con cuidado para escucharla y me dijo en un tono de voz poco discreto (aunque ella de seguro pensaba que era bajo por su estado de embriaguez) que me cambiara lo más rápido posible y bajara.
En ese momento no entendía muy bien lo que estaba pasando. Fue hasta que me encontraba bajando las escaleras que recordé. Algunas semanas antes, mientras me había visto bailar en la sala de nuestra casa, mencionó que conocía un antro que seguro me gustaría, le pregunté por qué y se limitó a decirme “vas a ver, te voy a llevar”.
No me equivoqué. De camino en el taxi me contó su plan: más temprano esa noche, había llegado al antro y le había dicho al cadenero que tenía un hermano de diecisiete que estaba a punto de cumplir dieciocho y que quería conocer el lugar. El guardián de aquel centro nocturno le había dicho que, para hacerle el favor de dejarme pasar, tenía que aparentar más edad, entonces regresó por mi antes de entrar y me despertó para que yo conociera ese lugar.
Por eso me había pedido que usara una camisa.
Cuando llegamos el cadenero me preguntó mi edad, y yo, tropezándome con las palabras le contesté: dieci..siete.
Nos dejaron pasar.
Mientras caminábamos hacia adentro mi corazón latía como cuando di mi primer beso dos años atrás.
Llegamos y el lugar estaba lleno. Puede ver por primera vez que no era el único homosexual en México, ni en San Luis Potosí, ni en la capital. Una mezcla de alivio, esperanza y excitación se apoderó de mí. Me sentía libre, asombrado, como si nunca hubiera visto la realidad y por primera vez podía ser no solo observador, sino partícipe de ella.
Hombres que se vestían de mujeres y eran aplaudidos. Hombres que se podían besar con otros hombres sin ser señalados. Hombres que se miraban descaradamente en los mingitorios. Mujeres que bailaban con otras mujeres para excitarse. Todo eso abrió un campo de acción posible dentro de mi mente.
Si todos ellos podían hacerlo, ¿por qué yo tenía que esconderme o avergonzarme de lo que era?
Tres años después, cuando yo ya tenía una relación con otro hombre, otra piedra golpeó mi cristal para despertarme, no solo lo golpeo: lo rompió, lo reconstruyó, le dio otra forma y lo cambió de color y de tamaño; era la literatura.
Comenzaba con mis primeras lecturas, y durante una reunión con amigos me encontré con “no se lo digas a nadie” de Jaime Bayly, un libro que se publicó dos años antes de que naciera y que, sin embargo, me parecía tan vigente como interesante.
Cuando vi la portada y leí la sinopsis, hice algo de lo que hasta ahora me avergüenzo: se lo pedí prestado al amigo de mi novio. Recuerdo su expresión, pero en ese entonces, yo no entendía lo valioso de una biblioteca.
Aceptó, aunque seguramente pensó lo peor. Y así fue; jamás tuve la oportunidad de devolverlo.
Al día siguiente lo abrí y comencé a leer. Recuerdo que tuve la primera erección después de no más de veinte minutos de comenzarlo, y así sería en repetidas ocasiones durante mi lectura.
Recuerdo también, haberme preguntado qué hubiera hecho yo, si como al protagonista del libro, me hubieran llevado con una prostituta para que comenzara a ser “hombre”. Me ponía en los pies del protagonista porque podía sentirme así. Porque yo también era homosexual.
Por segunda vez, entraba a un mundo nuevo, uno de ficción, pero que a ratos se sentía tan real que llegué a llorar sin reparo en la sala de mi casa mientras leía mi tragedia en un libro que se había escrito desde antes de que siquiera fuera un espermatozoide.
Fue en ese entonces que comenzó un a relación con la literatura de ficción muy especial, descubrí de a poco, que uno puede aprender de la realidad leyendo cosas que no son reales. Que las invenciones nunca parten de la nada, y que si leemos con atención podemos descubrir mucho de nosotros mismos.
Esto, es lo que he aprendido de la literatura homosexual mexicana.
Rafael Calva, escritor de Utopía Gay |
Un hombre embarazado y una utopía aún más improbable.
Un día de ocio en la biblioteca de mi facultad, recorría sin un rumbo fijo la única mitad del estante que tiene destinada una colección de ficción. Con la cabeza volteada noventa grados, comencé a leer los títulos para encontrar algo que no sabía que buscaba.
Y así fue; leí “utopía gay” entre tantos libros, y la sensación fue similar a cuando volteas a ver a alguien que ya te estaba viendo. Lo tomé y lo protegí celosamente de un rival potencial que también quisiera llevárselo, aunque la única persona que rondaba por ahí era la señora que mantiene el lugar limpio.
Antes ya había leído la famosa obra de Moro; Utopía, pero lo que este libro trajo a mi vida fue mucho más que una descripción de lo que sería la vida y la ciudad perfecta para un homosexual, trajo la sensación de que es posible que la perfección esté en nuestra percepción de la realidad.
Esta novela me recordó por un momento una imagen que alguna vez vi en Facebook: un hombre encapuchado en lo que parece ser una protesta, levantando una cartulina que llevaba escrito “ser puto y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”, tan contradictorio cómo un hombre que se embaraza, tan contradictorio como pensar que un homosexual le puede ganar al sistema político social y económico en el que vivimos.
De eso va la novela, de un hombre que queda embarazado. Y tan absurdo como la premisa; el autor pone en evidencia lo absurdo de las ideas arraigadas que tenemos.
Durante el relato, se critica la forma de vida homosexual; promiscua y desenfadada, también al capitalismo y la forma en la que consumimos, hasta a la academia y a los intelectuales les toca su parte.
Se presenta así un sueño (de donde toma su nombre el libro), la utopía gay es lo que para muchos de nosotros ha sido una idea hippie; el protagonista desea irse a vivir lejos, hacer una casita con su pareja en la playa y enseñarle a su primogénito(a) que la vida es mucho más simple que lo que dicen los medios y la gente.
Hacer lo que aman, satisfacer sus necesidades sin proveedores y no necesitar del incesante ir y venir de la vida que exige esta gran ciudad y la publicidad que ha traído el neoliberalismo
¿Qué tan probable es que algún día podamos dejar las redes sociales, el café, el coche, las fiestas excéntricas y el hedonismo del tiempo moderno? quizá lo único que sea, es eso: una utopía
Y, ¿en dónde más puede existir una utopía si no es en la literatura, que nace y vive en nuestra imaginación?
Un beso negro en la cárcel dado por un trasvesti asesino
Una tarde, después de una jornada de clases aburridas y tediosas, me di una vuelta a la biblioteca.
Quería leer algo que tuviera un grado mínimo de complejidad, y cumpliendo el viejo dicho, “juzgué a un libro por su portada”. Más bien por el título: “Beso negro”. Me pareció que no hacía falta revisar la sinopsis y sin más, lo comencé a leer.
Desde que entré a la universidad tengo una práctica que me sirve como filtro. Escojo un libro y comienzo a leerlo en la biblioteca. Si paso de las dos páginas y sigo interesado, entonces lo saco en préstamo.
Con Beso negro sucedió que bastó con la primera página para que me decidiera a sacarlo, y lo leí durante todo el trayecto hacía mi casa, incluso después de atravesar la puerta de mi habitación.
La ficción se mezcla con la realidad. El autor fue acusado del asesinato de sus abuelos y pasó varios años en la cárcel.
La novela narra las historias crudas y realistas de los presos que habitan las ciudades grises con barrotes. Una dinámica desconocida por completo para mí, y que, sin embargo, me helaba la sangre.
Torturas, humillaciones, fraudes, corrupción, manipulación y otras facetas que demuestran el lado no tan bonito del ser humano y de los homosexuales que existen pero que no son nombrados.
Aquellos que habitan las cárceles, que son obligados a sacar su machismo y bravuconería en pos de sobrevivir. Son los homosexuales de los que la comunidad se olvida que también existen.
Esta lectura puso mis pies sobre la tierra. En San Francisco puede ser muy bonito ser homosexual y pertenecer a la vida llena de glamour, el dinero, las fiestas, los vientres rentados, los grados académicos y el buen gusto.
Pero la cárcel mexicana es igual cruel con el puto que con el macho. No respeta ni expresión de género, ni preferencia sexual. Se tiene que sobrevivir entre hombres, aunque alguno se sienta mujer.
Una situación que expone lo difícil que es la vida en la cárcel para homosexuales, trasvestis y transgénero. Una novela que pone de relieve el mundo que para muchos homosexuales es desconocido, y que lo seguirá siendo. Pero que, gracias a la literatura, uno es capaz de atravesar por las experiencias carcelarias llevado de la mano del protagonista sin sufrir un solo rasguño.
Un espejito voyeurista
Esta novela es un clásico dentro de la literatura homosexual mexicana. Fue la primera que tocó el tema de la homosexualidad, ya no como algo de lo que avergonzarse o esconderse, sino como una mezcla de orgullo y desfachatez. Aunque esto lo supe hasta después de leerla.Estaba de vacaciones largas por primera vez en la Ciudad de México, viviendo en el corazón del mercado de la Merced y con mucho tiempo libre.
Desde que pisé por primera vez esta ciudad, el miedo y la intriga fueron los sentimientos que experimenté. Pero la curiosidad ganó, y terminé emparejándome con un chilango.
Viví en su departamento por dos meses para formar una relación basada en el aprendizaje, la admiración y las drogas. Todos los días le pedía que me contara algo sobre la ciudad, sobre el barrio, sobre lo que significa ser puto en la CDMX.
Gracias a él conocí la zona rosa como es actualmente, y la mayoría de los bares, antros, afters y cantinas que se encuentran ahí. Lugares que, cuando visitaba, me gritaban que no eran nuevos, que tenían historia. Lo que me hizo recurrir a otras fuentes de información.
Traicionando y cuestionando la capacidad pedagógica que mi novio poseía, busqué el libro por antonomasia de un puto mexicano: El vampiro de la colonia Roma.
Fue de la mano del protagonista que volví a recorrer esos lugares, buscando pistas como un arqueólogo tratando de reconstruir los modos de vida a partir de vestigios materiales.
Fue hasta después que me enteré de que, gracias a esta ficción, muchos homosexuales descubrieron y atestaron los lugares de homosociabilidad que se mencionan en el libro. Poniendo en evidencia que la ficción puede transformar la realidad, literalmente.
Como lo menciona Nyenhuis en una conferencia llamada Aprender de la ficción: “la obra de ficción no solamente nos orienta para entenderlo (el mundo) y contextualizar lo que en él pudiera ser demasiado confuso. Ofrece intuiciones, enfoques, valores y ópticas que nos permiten ver el mundo bajo una luz diferente, desde un ángulo nuevo, para así comprenderlo más correctamente”.
Son estas nuevas ópticas y herramientas de ligue homosexual que Adonis García me dio a mí y a toda una generación. Se puso de moda ser gay con el vampiro de la colonia roma, y los homosexuales corrimos a los baños del Sanborns a ponernos un espejito en el zapato para verle el pito al de al lado.
Los ojos que da pánico soñar y otras maneras de leer homosexualidad mexicana
Gracias a mi formación y mi interés particular, he tenido la oportunidad de tropezarme con otros textos, que pueden ser o no ficción pero que han sumado a la historia de esta comunidad, unidos por los maltratos, el ser señalado, los insultos; pero también por el orgullo, la fe, la bandera de la diferencia como algo que exhibir y no algo que esconder.
Otros de los títulos que recomiendo para los que apenas comenzamos a leer a la homosexualidad mexicana son:
· Ojos que da pánico soñar
· Poesida
· Sigo escondiéndome detrás de mis ojos
· Tengo que morir todas las noches
· México se escribe con J
Todos ellos pueden significar un mínimo para el grueso de literatura homosexual mexicana que se ha escrito. Sin embargo, para el joven principiante que se inicia en la literatura homosexual siendo él mismo homosexual, es la puerta a un mundo de representación en el que encontrar, como yo; un espacio para sentirse comprendido e iluminado.
Escribo este artículo y no puedo dejar de pensar en las personas que aún no se encuentran representadas en la literatura. Y más aún, en las personas que ni siquiera tienen acceso a ésta, ya sea porque no les alcanza para comprar un libro, para pagar un plan mensual de accesos a internet, o porque simplemente no saben leer.
Escribo este artículo desde mi privilegio de hombre homosexual de clase media, pero no puedo evitar pensar en las lesbianas indígenas que no saben leer y están casadas con un macho que las compró a sus padres por un par de cabezas de ganado, en los transexuales que se prostituyen por la falta de trabajo, en los homosexuales que día tras día tienen que luchar por sobrevivir, por llevar un plato de comida a su mesa, por pagar sus medicamentos, por no ser asesinados en las cárceles.
Escribo y entiendo que leer es un privilegio, y que la mínima justicia que se le puede hacer a esos homosexuales que se atrevieron a escribir; es leerlos.
Comentarios
Publicar un comentario
¡Gracias por decirme lo que piensas!