Ir al contenido principal

Salvación





Todos los días parecían los mismos. Una sucesión de acontecimientos que terminaban por agotar hasta al más optimista. Mi vida, no es la más triste de la que vayas a leer, pero es lo suficientemente mediocre como para pensar en que estar muerta daría lo mismo, y quizás hasta sería mejor.

Me despertaba a las cinco de la mañana. Durante los primeros quince minutos tenía que prender la estufa, calentar leche, preparar el agua para bañarme y despertar a mi padre.

Mi padre sufrió un accidente tratando de salvar a mi madre del tren al que llaman “La Bestia”, y había perdido ambas piernas. Pero no sólo perdió las piernas, se le fue algo mucho más importante. Sin piernas no podía caminar. Pero sin mi madre, no podía seguir viviendo.

Quizá por eso me sentía responsable de vigilar que estuviera bien, aunque en realidad desde que sucedió el accidente no hablaba mucho, dormía todo el día y se convirtió en una cosa más dentro de esa escenografía tan pálida que era mi vida.

Después de hacer que el día comenzara, tenía que salir de mi casa, cerca de las seis de la mañana, esperaba en la estación de autobuses aún oscura, junto con otras decenas de personas, que como yo; portaban en su cara solo sentimientos de hartazgo, aburrimiento, sueño y ganas de que el día se terminara desde antes de haber comenzado.

Después de dos horas de camino, llegaba a mi trabajo a las nueve de la mañana. Naturalmente, al perder la oportunidad de estudiar, tuve que conformarme con buscar un trabajo. No cualquier trabajo, sino el más mecánico que puedas imaginar. Era lavaplatos; uno tras otros, llegaban del bufete; limpios, manchados, sucios, embarrados. Platos, cucharas, tenedores, vasos, tazas. Uno tras otro, y otro y otro y otro.

El blanco de todos esos trastes no hacía más que nublarme la vista, me preguntaba si una máquina no lo haría mejor. Entiendo que no estudié, pero podría servir más estando en la cocina, no como una máquina que enjabona, enjuaga y seca; así por ocho horas.

Hacían ya cinco años de esa rutina que mataba lenta y sádicamente. Cada hora, me sentía más inválida que mi padre y más muerta que mi madre.

Después de todas esas horas en el restaurante, tenía que cargar mi mochila, guardar mi cansancio dentro de ella, y buscar la manera de regresar a casa. Aunque nunca tuve muchas opciones. La más rápida, con suerte hacía dos horas y media de trayecto.

Odiaba a la gente que olía mal a las siete de la mañana en el transporte público, porque generaban un ambiente irrespirable y repugnante apenas y te subías. Pero a las seis de la tarde; cuando todos regresan a casa agotados por ser el eslabón más bajo de sus empresas, era entendible que olieran así. Su vida se estaba pudriendo. Y yo formaba parte de ese olor seguramente.

Todos los días parecían los mismos. Me hubiera gustado ser uno de los miles de espermatozoides perdedores. Estoy segura de que si los espermatozoides supieran lo que les espera aquí afuera; ninguno pelearía por comenzar a vivir.

La angustia de sentir que nada pasaba era cada día más grande. Estaba a punto de renunciar a esa vida que yo no pedí cuando de repente, mientras iba caminando en la entrada de mi colonia, donde a esa hora casi no hay nadie, y salvo el farol de la esquina que parpadea, nada pasa; vi a un perro grande.

Me miraba con unos ojos negros como mi destino, sus extremidades eran musculosas (raro en un perro que anda por ahí vagando) y sus orejas parecían que me buscaban a mí, solo a mí. No pude aguantar esa mirada sin hacer nada. Decidí que ya era hora de ver por mi y hacer algo que quisiera, sin obligaciones, sin remordimientos ni culpa, tener un compañero sincero con quien compartir mi desgracia.

Sin decir nada, simplemente me siguió por la vereda que llevaba a mi casa. Cuando entré mi papá esperaba la cena, pero pasé de largo frente a él. Llegué a mi habitación y mi nuevo amigo entró después de mí. Yo no podía explicarme el estado de trance en el que me encontraba de solo pensar lo que estaba a punto de pasar.

Me puse sobre el piso y bajé mis pantalones. Me acomodé de tal forma que él estuviera cómodo lamiendo, nunca pensé que estos seres fueran tan inteligentes y cachondos. Disfruté sentir su lengua larga recorriendo mi sexo y de repente noté que estaba listo para penetrarme. Sabía que no había ningún riesgo de embarazo. Así que me volteé y apoyé mis rodillas y las palmas de mis manos sobre el concreto frío y lleno de polvo.

Él se montó sobre mí y comenzó a embestirme con una fuerza tremenda; lo malo de los perros es que no saben que las mujeres hacemos esto por placer y terminan tan rápido como pueden, igual no hay mucha diferencia con los hombres, mínimo los perros no te piden de comer después de que se quitan.

Así que se retiró y me miró con esos ojos como si supiera lo que había hecho, como si supiera que eso no es bien visto entre los humanos. Yo solo le acaricié la cabeza y me vestí.

Fui a la cocina y le hice de cenar a mi papá, los dos cenamos juntos ese día. Y al perro le aventé una tortilla quemada para que no se fuera de la casa, ni de mi vida.


Comentarios

Entradas más populares de este blog

Mis lugares favoritos para andar de pingo en la CDMX

Una de las cosas por las que quería ir a la Ciudad de México, sin duda fue por los hombres. La cantidad de gente que alberga Sin City hace que las posibilidades de encontrar personas que te atraigan se aumenten. No solo eso, el estilo de vida propicia que sean más abiertos (en todos los sentidos) a prácticas que acá en provincia simplemente ni se hablan. Y no estoy hablando de cosas como el fisting, pissing, o BDSM; sino de algo tan tradicional entre los putos como el cruising. Y digo que es tradicional, porque esta práctica no es nueva; de hecho, fue nuestra única forma de vincularnos con otros desde hace mucho, cuando no existían lo que se denomina espacios de homosociabilidad. De eso habla un poco José Joaquin Blanco en ojos que da pánico soñar en 1979 (eso fue hace cuarenta y un años). Pero en este post no hablaré sobre prácticas ancestrales de nuestra cultura gay sino de los lugares que fui a visitar y recomiendo ampliamente para andar de cachondo. La lista no tiene...

De las veces que uno dice adiós

La sensación de decirle adiós a algo o alguien que ha sido valioso para tu vida es similar al vacío. El vacío en sí no es bueno ni malo, depende de nuestra interpretación. Es bueno cuando nos da la oportunidad de tener espacio para poner ahí algo más lindo, mejor, más funcional, más valioso. Malo cuando eso a lo que le has dicho adiós no puede ser reemplazado. En cualquiera de los casos, es el paso del tiempo el que nos dirá hacia donde se inclina la balanza. Decir adiós es aceptar esta incertidumbre. Pero el hecho de aceptar, no te hace dejar de tener la sensación de ir hacia abajo en una rueda de la fortuna por primera vez. A veces dicen que decir adiós duele. Yo creo que no es por el adiós, sino por la imposibilidad de recuperar lo que tú eras en el pasado. Porque ahora ya eres otro. Esa relación, ese trabajo, esa experiencia te ha cambiado, y aunque regresara a tu vida no sería lo mismo que fue. Duele porque vas a extrañar ser así de pleno, feliz o simplemente estar cómodo. ...

A un año de fotografiar la escena drag en la vida nocturna de San Luis Potosí

Hace un año, comencé a fotografiar la vida nocturna y el movimiento drag en esta ciudad. Gracias a la experiencia que eso me ha traído, he podido conocer artistas increíbles, de ver performances espectaculares, y ser testigo de su crecimiento. Para mucha gente mi trabajo puede quedarse en eso: tomar fotos. Pero para mí, se trata de congelar el tiempo que quisiera que fuera eterno; ese segundo cuando la gente se olvida de su trabajo, de la política, de las críticas, de los miedos y decide ser libre, bajo el manto que solo la noche y la complicidad de otros ofrece. Es guardar los momentos que jamás se repetirán, cuando nosotros, que ahora somos jóvenes nos hayamos convertido en viejos; veremos como un recuerdo del momento en el que decidimos ser libres, inspirar a otrxs a serlo y ser valientes, en una sociedad que creíamos cerrada; pero que poco a poco se ha ido abriendo a la experiencia que ofrece la otredad que significamos. Fotografiar por un año es un trabajo de archivo histórico, es...