Me temo que después de tanto tiempo haciendo arte, me cuesta trabajo conectar, encontrar inspiración y a veces hasta calentarme. No puedo decir que me he secado por completo, pero sí que a veces me siento trabajando como lo hacen la mayoría de las personas; en una día a día monótono, gris, aburrido; un bucle donde trazo, pinto, tomo café, tomo calmantes, duermo y repito.
Por eso busco emociones que para un ser humano promedio son de difícil acceso. Experiencias extravagantes, peligrosas, adrenalínicas, fuera del lugar común. Los clichés y los lugares comunes son los peores enemigos de un artista, más aún que los críticos.
Aquella noche de domingo caminé por una calle adoquinada que parecía peligrosa. Probablemente si estuviera situado en una zona segura, resguardada, fuera del peligro de los chacales, asaltantes, pandilleros, vagabundos y borrachos de los bares de los alrededores, no me hubiera animado a ir.
Era la primera vez que estaba ahí, encontré su ubicación gracias a Facebook, donde se promocionaban sus orgías mensuales y los servicios de “ciber café” con fotos de hombres musculosos sin camiseta, nada que no hubiera visto antes en otros lugares, solo que en esta ciudad que siempre ha sido tan pequeña, me llamaba la atención lo que quizá podría encontrar ahí.
Era un lugar de encuentro para hombres, que como yo, buscábamos eliminar la sensación de soledad aunque sólo fuera por unos minutos, o segundos (durante el orgasmo), el cual ,tratábamos de prolongar lo más posible para no tener que lidiar con la realidad de los cuidados infecciosos, y el asco post-eyaculatorio que provoca tener a un hombre sobre ti, o debajo de ti.
Leí afuera del lugar un letrero luminoso que anunciaba el lugar como un cibercafé, aunque todos sabemos que hace años que esos sitios son obsoletos. Los locales de alrededor estaban cerrados y enfrente solo había un puesto de tacos ambulante, donde las personas que atendían veían curiosas de reojo cómo tanta gente entraba al lugar y, sin embargo, ninguna computadora estaba ocupada.
Y es que efectivamente; no estaba lleno en la parte de abajo, pero después de pagar la cuota en recepción, me invitaron a pasar al fondo. Atravesé un pasillo y la luz desapareció casi por completo. El olor comenzó a ser de humedad y cloro. Con tan poca luz era difícil darse cuenta de lo que pasaba dentro, pero después de unos minutos, mis pupilas se dilataron para captar la mayor cantidad de luz posible. Comencé por ver sombras, después figuras y por último; detalles.
Subí unas escaleras estrechas y llegué a un lugar que no tenía nada que ver con lo que se anunciaba en aquél letrero luminoso. Decenas de figuras masculinas yendo y viniendo a través de la sombra causada solo por la luz de una televisión de veinticuatro pulgadas que transmitía música electrónica a un volumen considerablemente alto, para tapar la mayoría de quejidos y pláticas a susurros que se daban en aquella sala oscura.
Camine a través de las cabinas privadas; las cuales tenían una computadora para ver pornografía y glory holes entre cabina y cabina para que el de a lado pusiera sus nalgas o su boca y eyacular en él indiscriminadamente; ahí no hacía falta el cuerpo entero, bastaba con lo indispensable: un culo y una verga.
Me senté en uno de los muebles ubicados justo en el espacio donde estaba la televisión, y donde la luz era mayor para poder ver con más claridad si había alguien que pudiera gustarme. Aunque en realidad, después de viajar por todo el mundo he conocido los cuerpos más perfectos, los rostros más varoniles y angelicales que se puedan pintar, las vergas más apetecibles, venosas, circuncisas, sabrosas y lechosas que pudo haber visto cualquier adicto al porno de BelAmi.
Después de haber visto tanto en mi vida, era difícil exigir algo así en una ciudad tan pequeña. Así que me conformaba con una buena verga y un culo digno de mi culiada.
Un hombre con aliento alcohólico se me acercó para tratar de besarme, pero inmediatamente lo aparté con la mano. No vi ni siquiera si era atractivo, porque su insistencia me irritó. La mayoría de la gente que lograba distinguir parecía fuera de forma o demasiado femenina, me sentía decepcionado.
De repente, una figura apareció en escena; se movía de un lugar a otro frenéticamente y llamó mi atención. No parecía encajar con sus compañeros de recinto. Aunque estaba oscuro, resaltaba su presencia. Brillaba en la oscuridad, podía olerlo a la distancia. Me excité. Se sentó delante de la luz del televisor y pude ver su cara, sus brazos, sus tatuajes, el color de su piel y la mirada que poseía me cautivó. Tenía puesto un short deportivo que marcaba sus piernas velludas y una playera de tirantes que dejaba ver que aunque no pasaba la vida en el gimnasio, el ejercicio había rendido frutos.
Con un movimiento consistente se sacó la verga del short y comenzó a menearla casi queriendo arrancársela del cuerpo y entregársela a los voyeuristas que poco a poco comenzaban a concurrir al espectáculo, pues aunque todos ahí estaban buscando sexo, nadie lo hacía frente a los ojos de todos.
Con una mano tomo la erección de otro hombre que se encontraba a lado de él y lo masturbó al ritmo suyo. Me llamó con la mirada para que me acercara y yo no podía negarme. Mi erección estaba en su punto máximo. Me había dado el factor emoción que fui buscando esa noche.
Aunque no era un hombre notablemente guapo, era joven y tenía el porte de un cabrón. Y a los putos nos encantan los cabrones, más si saben lo que tienen y lo usan como deben.
Caminé los cuatro pasos necesarios para llegar a donde se encontraba y tomé su verga. Era deliciosa al tacto. Circuncisa y venosa. Estaba lubricando. No podía resistir. Quería poseerlo en ese instante. Él estaba en trance. Parecía que había consumido algún tipo de droga que lo ponía en un modo cachondo radical. La jalé, pero para mí no era suficiente con eso. Así que le susurre al oído:
- Cabrón, estás bien cachondo, quiero cogerte
Sin responder, se levantó y caminó hacia el cuarto oscuro. Eso era una señal de que quería pasar al siguiente nivel, así que lo seguí.
Entramos y el olor se agravó. Ahí había corrido caca y mecos. No importaba, yo estaba deleitándome con su olor, el cual cubría todo lo demás. Más de tres cuerpos se acercaron a nuestro pequeño espectáculo sensorial y comenzaron a tocarlo, besarlo, era el centro de atención y de deseo de todos. Yo no podía creer que tuviera sus nalgas peludas dispuestas para mi, para cogérmelo, morderlo, chuparlo y dejar dentro de él toda mi energía. Comencé por meter mi lengua en su agujero, para lubricarlo, después deslice mi glande alrededor, pero él ya estaba listo para recibirme. No conseguí retrasar la acción y comencé con el bombeo lento que se convirtió en un acto animal. Parecido al de un perro cuando se cruza con otro en celo.
Dentro del cuarto había una especie de columpio en el que se colocó para que pudiera penetrarlo mejor, reposaba toda su espalda en la estructura y solo tenía que disfrutar. Mi excitación estaba al límite. Comencé a sudar, las piernas me temblaban y alrededor todos consumían sus deseos. Esperaban pacientes por su turno mientras le tocaban la verga o chupaban sus pectorales.
Tomé su cuello con mi dos manos y lo apreté. Sentí sus venas hincharse en mis manos y yo seguí con mi penetración cada vez más rápida, entre más se acercaba el orgasmo más sudaba. Más caliente me ponía. Y más fuerte apretaba.
El momento llegó. Me vacié por completo dentro del pequeño hijo de puta y sentí la contracción de su ano más fuerte. Le inyecté parte de mi vida, de mi ser, le regalé algo muy especial. Una cantidad considerable de mecos de artista ahora estaba en su intestino.
Al verlo a los ojos solo por un pequeño halo de luz que lograba atravesar la cortina, vi la petite mort de la que hablan los franceses transformarse en “la gran muerte”. La real, la literal, de la que uno no se recupera. Arañas de sangre se formaron en sus globos oculares, su ano se dilató y mi pene no dejaba de estar duro, pero lo saqué y ayudé con mis manos a otro a introducirse dentro del ahora cadáver de aquél que me acababa de proporcionar uno de los mejores orgasmos de mi vida.
No mencioné nada, ni traté de pedir ayuda. El siguiente tomó mi lugar y comenzó a penetrarlo. Yo no sé si los demás se habían dado cuenta de que un hombre acababa de morir de asfixia en mis manos, pero no quería quedarme a averiguarlo. Me abroché el pantalón y el cinturón mientras caminaba por las escaleras de regreso a mi hotel. Empaqué mis maletas y volví a la Ciudad de México.
Los días siguientes fueron de gran inspiración. He hecho mis mejores obras después de ese acontecimiento. Y mis ganas de repetirlo han ido en aumento. Los titulares de los periódicos nunca tocaron el tema. El lugar cerró y ahora solo queda el puesto de tacos ambulante enfrente de una cortina con sellos de “clausurado”.
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