Estoy condenado, junto con ustedes. Me echaron a la misma bolsa que a los adversarios. Soy de ustedes, no de ellos. Me congelé en cuanto lo supe. Más bien cuando me aseguré que no había marcha atrás. Estaba condenado al abismo. Al hedonismo, al nihilismo negativo. Al placer del que conoce el sinsentido que es la vida.
Intenté con terapia. De verdad me esforcé por ser como ellos. Una persona saludable mentalemente, que controla sus emociones. Que trabaja de nueve a cinco y que come en dos horas predispuestas aunque no tenga hambre, o aunque su metabolismo no le pida alimento. Que toma café orgánico con leche deslactosada light por las mañanas. Que los fines de semana sale de fiesta y el domingo se dedica a visitar a su abuela o a ir a misa, o cualquier otra de las cosas que signifiquen no pensar en el domingo, en la vida, en la muerte o en el argumento de su existencia.
Intenté ir a terapia como un grito desesperado por no volverme loco. Pero en cuanto mi terapeuta comenzó a hablar antes de escuchar, supe lo que trataba de hacer; quería adoctrinarme, pero yo nunca fui tan tonto para pensar que sus consejos no eran sino religión disfrazada de ciencia. Al confesarle mi falta de creencias, me aseguré de que ella no era una seguidora de Nietzche o de cualquiera que haya encontrado lo absurdo de toda creencia religiosa. Me sentí coartado, como en una especie de cámara oculta. Seguro ellos me están viendo y se están riendo que yo aparezca yendo a terapia. Seguro la cámara oculta se encontraba en el cuadro realista de jesucristo colgado en el consultorio, o en la cruz del pecho de mi terapeuta.
Salí corriendo de ahí. Huyendo porque sabía que si seguía con la terapia me iba a convertir en uno de ellos, convenciéndome de que al lugar a donde realmente pertenezco es malo.
Nací para pertenecer a otros. ¿Me aceptan? Quiero estar con ustedes, los abrazo. Cuidaré nuestros principios. Juro no defraudarlos. Defenderé hasta el final lo opuesto. Lo diferente. Lo caótico. Doloroso. Enfermo. Retorcido. Suicida. Cargado moralmente como “malo”.
Debo confesarles que por un tiempo traté de pertenecer al otro bando. Pero en realidad; la satisfacción que sentí nunca se comparó con lo que ahora siento al saberme parte de ustedes, de la otredad alternativa.
De los llorones, las putas, los maricones, los drogadictos, izquierda, subversivos, dementes, psicópatas, sádicos, autodestructivos, autocomplacientes, dependientes emocionales, manipuladores, chantajistas, escritores, poetas malditos. Seré su compañero. Me excitaré con sus perversiones. Solo díganme que sí. Convenzanme con una de sus locuras, llenenme del esperma de sus argumentos fantasiosos. Quiero estar con ustedes.
Díganme que todos están mal y nosotros estamos bien. Que ser malo, diferente, anormal, errante es la definición de éxito para nosotros. Que estaremos juntos hasta el final de ese abismo. Y que el día en el que seamos juzgados por un Dios inhexistente; nos tomaremos de las manos para decirle “hola” a la nueva vida: la muerte.
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