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El peso de tus cuerpos sobre el mío



Nos conocimos en el tiempo y el lugar más desprovisto de posibilidades.

Había viajado durante cinco horas para librarme de las responsabilidades por un fin de semana. Tomé mis cosas, me recorte el cabello, la barba, me depilé la verga y me saqué del culo todos los restos de comida procesada para evitar que al llegar se me fuera una oportunidad de coger por culpa de mi pulcritud.

Finalmente llegué: harto de la semana que había trabajado. Cansado de la responsabilidad de cuidar a mi familia, y a mí mismo. Estaba buscando deshacerme de eso por lo menos durante unos días. Hice check-in en mi hotel y revisé la cara de la encargada. Al parecer no había tenido sexo por lo menos durante un mes. Y si lo había tenido, había sido muy malo. Aproveche para pedir un vodka con agua tónica en el room service y me desvestí. Me tiré en la cama boca arriba con los brazos extendidos y pude sentir que en ese colchón habían pasado muchas parejas, haciendo múltiples posiciones,y provenientes varios lugares del país y hasta del mundo. Pero ni eso había logrado hacerlo más suave. Soñé despierto.

Tocaron a la puerta y recibí mi trago. Era medianoche y medité solo por un segundo si era mejor salir o quedarme a descansar. “Vas a descansar cuando estés en la tumba”: recordé lo que me decía mi madre cuando le explicaba que no quería ir a algún lado para quedarme en casa. Así que me metí a la ducha y en menos de media hora estaba en camino al primer bar.

No conocía la ciudad: una ciudad tan grande que es inaccesible hasta para las personas que vivían ahí guarda muchos secretos y caminos, lugares para ir, para divertirse, para morir. Así que le dije al taxista que me llevara a algún lugar donde pudiera tomarme una copa y conocer a otros hombres. Me sorprendió que no hizo un escándalo por mi afirmación, es lo bueno de las grandes ciudades: están acostumbrados a los maricones.

Llegamos al lugar y en la tarifa del taximetro iba incluído el precio de ser homosexual. Entendí por qué no se escandalizó el hijo de puta: me lo iba a cobrar. Entré al lugar que reunía todos los clichés de los homosexuales juntos: hombres musculosos bailando, hombres guapos en la barra sirviendo los tragos sin camisa, música con un ritmo que te hace bailar y miradas cachondas al stripper que se estaba sacando la verga engrasada con una especie de lubricante que jamás se seca y que me preguntaba cómo podía limpiarse después de bajar de la tarima. Solo me tomé dos cervezas y me fuí. No era mi estilo, había demasiada luz y la luz deja entrar muy poco la maldad.

Llegué al poco tiempo caminando a otro lugar que parecía más adecuado para satisfacer mis deseos de olvidar. El lugar tenía la estructura de una bodega. Con muy poca luz y en la entrada del baño vendían sin ninguna precaución, como si se trataran de dulces: “tachas y perico”. Aunque mi cuerpo me ordenaba comprar alguna de las dos opciones en el catálogo, mi prudencia me recordaba que el dealer nunca antes me había visto por ahí. Y para los dealers, un desconocido es más un curioso que un cliente, así que solo pedí otro vodka en la barra. La música era muy fuerte y los cuerpos se arremolinaban unos contra otros elevando la temperatura del ambiente lo suficiente como para que me empezara a decidir a cuál de las personas que estaban bailando iba a acercarme; guíado más por la mezcla de alcohol y calentura que por el buen gusto que siempre me ha caracterizado.

Baile por un tiempo. Tres canciones a lo mucho con un cerdo al que le sudaban demasiado las axilas por la forma frenética de moverse, ni siquiera por tenerme a un lado pegándome como un perro en celo detuvo su movimiento coreográfico de chavita. Así que lo dejé y me fuí por ahí a dar una vuelta y ver qué podía conseguir para esa noche. Me detuve en una esquina tranquila a seguir tomando mi copa y de repente pasó.

Unos ojos albergaban lo que estaba buscando, estábamos los dos en ese estado en el que las mejores cosas suceden, y fue así.

Mi alma fiestera gritó internamente por haber encontrado un compañero con las mismas aficiones. El amor químico es el más intenso, aunque sea por una noche se convierte en la más locas de tus aventuras, y hasta romántico te pones con una persona que acabas de conocer y que probablemente no vuelvas a ver.

Bailamos la mitad de la noche, compartimos nuestros vicios en el baño y al final no queríamos separarnos, así que continuamos con la historia por esos días. Fueron cuatro días en total de un enamoramiento intenso: me hacía feliz la idea de despertar a su lado solo para ver sus ojos al primer pestañeo y probar su beso con el aliento del despertar. A su lado lo asqueroso se volvía deseable.

Pero sabía que la vida tenía que volver a ser igual de miserable para mí, y estaba condenado a que la mayor parte del tiempo no pasara nada, salvo ese tipo de excepciones, donde la vida te da solo una prueba de lo buena que puede ser, pero no para todos: la felicidad no es democrática.

Así que un domingo tomé mis maletas y regrese por el camino por el que me había ido. Tuve que despedirme de aquél hombre, no sin antes prometerle que nos volveríamos a ver, aunque ambos sabíamos que esa promesa era difícil de cumplir.

Una noche, después de llegar a casa, partimos en un vuelo juntos hacia un lugar desconocido. El avión era una especie de crucero, donde había varios lugares que visitar: un bar, un cuarto oscuro, dormitorios, etc.

Los hombres desfilaban sin camisa de un lado a otro y no pude evitar sentir celos de la manera en la que él los veía. Sabía que la monogamia no era una opción en una relación homosexual, pero tampoco me parecía que el tiempo hubiera sido culpable de las ganas de probar otros cuerpos, pues apenas hacía una semana que nos habíamos conocido.

Sus ganas de volver a su estado anterior de soltería no se pudieron resistir más y pronto me propuso hacer un trio con un hombre mayor. Yo lo rechacé. Más por los celos que por las ganas de estar con otro hombre, pero sin mostrarme molesto. Lo incité a que el lo hiciera por su cuenta tratando de poner a prueba su cariño. Y falló.

En apenas un par de minutos se encontraba con otro hombre en una especie de closet desde donde podía escuchar los horribles ruidos que genera la infidelidad. Yo estaba a unos metros esperando a que terminara con aquél asunto que me parecía desagradable, pero que a la vez entendía por la inmediatez de nuestro compromiso. Recordé que los hombres somos como bestias que calmamos nuestros deseos solo por amor, o por lo que creemos que es amor.

Durante esta espera de que mi nuevo novio terminara de vaciar su salchicha, un hombre de mi edad se acercó a mi. Su propósito era llevarme a algún lugar a hacer lo mismo, aunque yo no tenía el más mínimo interés en acompañarlo a ningún lugar. Al único que quería de regreso era a este tipo que se había ganado mi corazón a base de rayas de cocaína y noches de pláticas sinfín. Por fin abrió la puerta. Sudando y con el torso desnudo, aún sosteniéndose del otro hombre y apretujados en ese espacio tan angosto me llamó con la mano. Accedí a acercarme más por precaución que por ganas de participar. Pero en cuanto estuve cerca me jaló y cerró la puerta.

En un momento estábamos los tres más cerca de lo que mis límites de proxémica me habían permitido antes. A nuestro alrededor había mucha ropa. Abrigos, sacos, pantalones, ganchos, zapatos, faldas. Era muy difícil ver lo que nos rodeaba. Cerré los ojos e intenté respirar en ese sitio que me hacía desesperar pero no logré abrirlos y sentí caer entre los tres algo que no podía ser más que un pedazo de carne. Era un tronco sin duda, después comenzaron a caer extremidades, cabezas, piernas, pies, manos. Cada vez era más pesado sostener eso y el espacio se reducía apenas para poder respirar. En un momento aquello se volvió en oscuridad total. No podía moverme, respirar, abrir los ojos.

Abrí los ojos, no podía moverme, estaba en mi cama, en mi casa. ¿Qué era lo que había pasado? ¿Había conocido realmente a ese hombre? ¿Me había enamorado, habíamos viajado?

Tarde unos minutos para reincorporarme. Y darme cuenta de que lo menos probable había sucedido: estaba soñando con un hombre que apenas acababa de conocer. Y estaba celoso de que en mis sueños me fuera infiel. Estaba jodido. Estaba enamorado.

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