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FIERRO




Los días de la canícula en Campeche son lo más cercano al infierno; por lo menos como me lo puedo imaginar según lo que dice la biblia. Mi mamá dice que si sigo teniendo esos pensamientos, segurito iré a dar para allá. Por eso no sé si acostumbrarme al calor o mejor dejar de ser como soy. Pero algo si lo tengo por seguro: no se puede dejar esto de lado como si fuera un trapo sucio, tengo que luchar todos los días para apaciguarme. Como dicen los alcohólicos anónimos: “solo por hoy...”.

Me subo al camión y parece que ya no le cabe ni un alma; excepto la mía, que igual por ser impura no ocupa tanto espacio. Comienzo a abrirme camino entre la gente para llegar al fondo porque allá los pasajes no empujan, y en una de esas agarro un lugar desocupado. Cuando llego y me intento sostener del tubo que está por encima de mi cabeza, toco la mano rasposa de un hombre. Aunque la retiro inmediatamente me estremezco, y mi cuerpo comienza a sentir eso raro que siento cuando pienso en el pecado. Suena en mi cabeza mi nuevo mantra “solo por hoy...”. Pero su mano es grande, morena, llena de venas y los dedos son gruesos como salchichas; es la mano digna de un hombre de verdad, de un hombre que ha trabajado duro.

Se desocupa un asiento justo enfrente de mi y me encargo de poner mis nalgas sudadas en él. En menos de dos minutos el asiento que está a mi lado también queda sin pasajero, y el hombre al que le he tomado la mano por error, ahora se sienta ahí.

Lleva puesta una camiseta blanca de tirantes que contrasta con su piel quemada por el sol de la costa, puede ser lanchero o pescador porque huele a mojarra. Es joven, seguro no alcanza ni los 30 años y tiene el brazo lleno de tatuajes descuidados. Sé que he comenzado el día con el propósito de ser diferente, pero con esta situación se me ha salido de las manos el asunto, no será “solo por hoy”, ya será otro día.

Lo veo nervioso como yo, voltea para todos lados y está sudando como sus axilas. Seguro estamos pensando lo mismo. Estoy dilatado al noventa por ciento, si por mi fuera, me bajo los pantalones ahora mismo para que nos digamos todo con el cuerpo. Pero no se puede. El camión se detiene y se vacía casi por completo; es el escenario que los dos estábamos deseando.

No me había dado cuenta de la forma cilíndrica que se nota bajo su pantalón y casi me da un infarto cuando me percaté. Mis músculos genitales relajados, permiten que los cuerpos cavernosos del miembro se llenen del exceso de sangre que ahora tengo gracias al ritmo de mi corazón, y mi temperatura corporal seguro ya rebasa la del ambiente.

Él se da cuenta de que lo estoy observando y retiro la mirada, pero lo comienza a sacar lentamente. ¡Qué morbo!, puedo ver que es más negro que el resto de su cuerpo, pero cuando lo descubre a medias, mi libido se reduce a cero y trago saliva volteando al frente.

Es demasiado tarde. Si es un fierro; pero este escupe balas de plomo, no de espermas.

- Órale carnal, cáite con el celular y la cartera - me dice casi susurrando.

Le entrego lo que me pide con una gran decepción: decepción de mi falta de voluntad, de mi incredulidad, de haberle fallado a Dios, y a mi madre. Ahora mi preocupación es cómo explicarle a mi mamá que ya no tengo celular ni dinero por maricón, y que va a tener que seguir pidiéndole a Dios que me salve cada domingo en la iglesia, por el resto de su vida.

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