Nací en una pequeña isla de Campeche, todos los fines de semana desde que tengo memoria, me ilusionaba ir a la playa. No importaba cuantas veces en la semana o el mes hubiéramos ido; me esforzaba porque fuera siempre una vez más. Tengo que reconocerle a mis papás y a mis hermanos la paciencia para aguantar a un niño de 6 años a las 8 am del sábado con el salvavidas puesto para hacer cumplir la promesa que la noche anterior mi papá, o mi hermano, o mi mamá o mis hermanas me habían hecho de llevarme a la playa si dejaba de insistir en ese momento. Sería un mentiroso si dijera que recuerdo los detalles específicos de la playa, pero la verdad es que volví a visitar la isla cuando ya había crecido y la playa no es nada atractiva, más bien es un poco turbia, desolada y poco turística. Pero esos son los hechos, en mi cabeza todo era distinto. Y recuerdo perfecto como podíamos pasar horas en la playa, incluso hasta oscurecer, y nunca me quería ir. Paradójicamente le guardo un terror increíble ...