Algunas mañanas me levantaba con muchísimas preguntas. Me preguntaba por qué decidiste dejarme. Irte. Sé que no era perfecto, pero tú tampoco lo eras. Y esto no es un reclamo, al contrario, es una declaración: yo amaba tus defectos. La forma en la que tus palabras, tus pies y tus manos tropezaban al estar borracho. Cómo me rodeabas con tus brazos por las noches. Amaba algo que siempre había odiado de una persona: que tuviera cinco alarmas para despertar. Porque cada alarma, no era más que el aviso de que al siguiente timbre nos quedaba menos tiempo juntos. Y entonces, en un acto de rebeldía; la apagabas y me abrazabas mucho más fuerte, como si supieras que un día ya no estaría ahí. En esos momentos, yo me sentía como lo más deseado en todo el universo. El dinero, el poder, las relaciones; todo eso, se quedaba en algo terrenal comparado con el grado de deseo que me hacías sentir. Allí; abrazados, rodeado por tu hombro, sentía que todo lo podía, que de verdad la vida tenía ...