Cuando tenía quince años, una piedra chocando con el cristal de mi ventana me despertó de un sueño profundo. Desconcertado y con miedo, me asomé con cuidado sin abrirla. Vi a mi hermana mayor en la calle haciéndome una señal para que no hiciera ruido. Entonces abrí la ventana con cuidado para escucharla y me dijo en un tono de voz poco discreto (aunque ella de seguro pensaba que era bajo por su estado de embriaguez) que me cambiara lo más rápido posible y bajara. En ese momento no entendía muy bien lo que estaba pasando. Fue hasta que me encontraba bajando las escaleras que recordé. Algunas semanas antes, mientras me había visto bailar en la sala de nuestra casa, mencionó que conocía un antro que seguro me gustaría, le pregunté por qué y se limitó a decirme “vas a ver, te voy a llevar”. No me equivoqué. De camino en el taxi me contó su plan: más temprano esa noche, había llegado al antro y le había dicho al cadenero que tenía un hermano de diecisiete que estaba a punto de cump...