Los días de la canícula en Campeche son lo más cercano al infierno; por lo menos como me lo puedo imaginar según lo que dice la biblia. Mi mamá dice que si sigo teniendo esos pensamientos, segurito iré a dar para allá. Por eso no sé si acostumbrarme al calor o mejor dejar de ser como soy. Pero algo si lo tengo por seguro: no se puede dejar esto de lado como si fuera un trapo sucio, tengo que luchar todos los días para apaciguarme. Como dicen los alcohólicos anónimos: “solo por hoy...”. Me subo al camión y parece que ya no le cabe ni un alma; excepto la mía, que igual por ser impura no ocupa tanto espacio. Comienzo a abrirme camino entre la gente para llegar al fondo porque allá los pasajes no empujan, y en una de esas agarro un lugar desocupado. Cuando llego y me intento sostener del tubo que está por encima de mi cabeza, toco la mano rasposa de un hombre. Aunque la retiro inmediatamente me estremezco, y mi cuerpo comienza a sentir eso raro que siento cuando pienso en el pecado. Suen...